Si diez años después, canta Calamaro, que también dice que "la vida es una gran sala de espera y la otra una caja de madera". Posiblemente Néstor Kirchner, tan jóven y poderoso, fallecido en un momento en que nadie lo preveía, es una clara muestra de ello. Por estos días, con Cristina altamente implicada en casos de corrupción, el prestigio de sus hijos por el suelo y sufriendo la traición de hasta sus aliados más férreos, que solo se quedan cerca por las dudas muerda un cargo en octubre, la canción de "El Salmón" nos viene como anillo al dedo. Hace diez años, precisamente, Cristina vivía su antesala a la gloria, de la mano de su marido, que le allanaba el camino y la mandaba al gobierno, para quedarse precisamente él, con el poder. Una especie de remix del "Tío Cámpora", que por cierto tuvo su homenaje como bandera de la nueva juventud peronista, que recayó, oh casualidad, en el hijo de Néstor y Cristina. Números y casualidades, o causalidades, hoy muertos o procesados, lo mismo da, son la negación del futuro corporizados en un apellido que genera miedo, bronca, horror por un lado, amor, sumisión, ambición, por otro.