Según se piense en el vocablo, en una construcción de tiempo y espacio, el obituario encarcela a su propia historia. Tal vez se pudo tratar del libro parroquial donde se anotaban los difuntos, allá por la época en que los estados no se ocupaban de esos menesteres. Más tarde fue el comentario sobre la muerte de una persona, pero en términos de resumen de su vida, no en los de la crónica del cómo murió. Las naciones no tienen obituarios, pero si ponemos el eje en la vida de lo que fuimos como país y en lo que nos hemos convertido, podríamos decir que Argentina vivió años de esplendor, de mirada esperanzadora de futuro, incluyó, progresó, abrió fábricas, exportó, ganó campeonatos mundiales de fútbol, hockey, basquet. Tuvo campeones del mundo de boxeo, ciclismo, científicos brillantes, economistas, tuvo un Papa de estas latitudes... hoy tiene deuda, interna y externa, de millones dólares y de compromiso con su gente. En los estertores de lo que fue una patria, los cronistas comenzamos a pensar en el obituario.