EDITORIAL | Autor: Lic. José Luis Dranuta | 28-03-2019
El dÃa después de la catástrofe
Es una cuestión interior
Mirando hacia el interior se puede conocer la verdad, por dura que sea, aún antes de que la misma sea pronunciada. La historia de los engaños al ciudadano, urdidos a espaldas de él, con excusas pueriles y siempre, absolutamente siempre, con un discurso que explique todo, funcionó hasta ayer. Hoy la gente puede comenzar a darse cuenta de que las cosas son más simples: asà como nadie muere de amor, pero muchos mueren por falta de medicamentos, atención médica o mala alimentación, nuestra sociedad se debate entre lo que deberÃa ser y no es. El mundo es asÃ, tramposo, como el común de la gente tramposa, cÃnica, que han hecho de nuestra sociedad este cúmulo de excremento manifiesto. Claro que siempre se ve más oscuro antes de clarear, no precisamos a Macri que lo explique, ni a Dietrich yendo en bicicleta a la gala con los Reyes de España. Hoy por hoy necesitamos imperiosamente la verdad, como vehÃculo liberador de tanta angustia.
Lo bueno de sentirse abatido es el poder levantarse, una vez más, si fuera necesario, para seguir. El tenista que pierde guarda su toalla, sus raquetas y su cantimplora en el bolso, saluda y se retira, seguramente pensando en que habrá una próxima vez. Tal vez la muerte nos interrumpa esa esperanza, porque por lo demás, nada puede frenar el deseo irremediable de ser y trascender que cada uno de nosotros alberga en su interior.
La edad, las traiciones, la falta de empatía y otras amenazas pueden ser un freno, un límite difuso. Nada puede frenar nuestro ser interior si es que de él estamos hablando. Encarcelado, torturado, desaparecido, volvió 43 años después a decir presente. Abatido, envenenado por la falta de amor, el odio y el rencor, el ser sigue de pie, una vez más, como antes, como siempre.
Y nada podrá quitarnos lo que Menem, De La Rúa, Néstor, Cristina y Macri vienen intentando arrebatarnos: nuestro ser, inquebrantable, aún con errores, a veces lacayo e indiferente con el prójimo se levanta de la cama, desayuna (lo que puede) y grita presente.