EDITORIAL | Autor: Lic. José Luis Dranuta | 30-09-2019
Los dÃas de lluvia
La tierra y el cielo
Argentina tiene su color particular. Es el de la bandera, el que se aprecia en cada punto de latitud y longitud de la patria por donde uno se desplace. El celeste y blanco dice presente, como caprichos tácitos del cielo y la tierra, esa que se tiñó de rojo allá por los setenta, de rosa en los ochenta, de verde capitalista en los noventa y que en este milenio no sabe bien qué color tiene. La lluvia limpia la mugre urbana, el campo reza por la lluvia mundana que trae vida. La ciudad se inunda y sus habitantes sufren. Macri y Fernández se disputan la presidencia de la patria: ellos no se mojan ni se embarran si llueve. Tampoco sufren con la sequÃa. El agua cae, hoy, pero viene con atraso.
Argentina produce comida para más de quinientos millones de personas pero 4 de cada 10 argentinos, que somos apenas cuarenta millones, no comen lo suficiente. En Argentina hay 40 millones de líneas de teléfono celular, pero treinta por ciento de los argentinos no tiene uno, cuando otros tienen hasta cinco. Los "argies" somos algo peculiares. Una entrada para ver a Sabina y Serrat en el Luna Park cuesta lo mismo que un salario de un jubilado, pero las entradas están virtualmente agotadas; y los jubilados, de paso, también: se cansaron de esperar la justa reparación histórica.
Cuestión de mercado: si el agua cae la tierra se verá bendecida pero las hortalizas mañana subirán en la góndola so pretexto de que es dificil salir de los campos porque están embarrados. El gasto social en nuestro país es desmedido, en relación al PBI y a otros países. De todas formas, hostentamos uno de los peores ínidices de pobreza de latinoamérica. La lluvia sigue cayendo.
Si de ABC1 se trata, nuestro país tiene para contar paradojas. Una cartera jackie smith cuesta en dólares (de los de 60 mangos, caros) el doble que en el exterior, pero un médico o un ingeniero ganan en la misma moneda un tercio de lo que cobrarían afuera. El agua casi nos tapa.
Macri habla y trata de explicar. Alberto sugiere concensos. La nafta, atrasada, está a 55 pesos. Truena y cae más fuerte, ahora, pero promete ser un aluvión en diciembre. El agua, inexorablemente va hacia el mar.
Cuando se va el mes del sandwich, entre las PASO y las elecciones en serio, los argentinos de estas latitudes vimos caer agua. El agua apaga al fuego, que según la Biblia, purifica lo que toca. El agua es al fuego lo que la rutina al amor, dijo un filósofo del café de barrio, hace unos años, cuando no teníamos redes sociales para vincularnos ni WhatsApp para fecundar el poliamor. Ahora podríamos decir que el ADN del mundo pasa por el WhatsApp, que se olvidó de cuando era niño y bailaba "los temas lentos" para tratar de arrimar el bochín a la señorita en cuestión. El agua se lleva los recuerdos. "Lo recuerdo (yo no tengo derecho a pronunciar ese verbo sagrado, sólo un hombre en la tierra tuvo derecho y ese hombre ha muerto) con una oscura pasionaria en la mano, viéndola como nadie la ha visto, aunque la mirara desde el crepúsculo del día hasta el de la noche, toda una vida entera" (1).
Entonces, pensamos, cuando la lluvia comienza a detenerse, que la consecuencia inmediata de recordar todo es que visitar el pasado significa cancelar el presente y el futuro: “Podía reconstruir todos los sueños, todos los entresueños. Dos o tres veces había reconstruido un día entero; no había dudado nunca, pero cada reconstrucción había requerido un día entero” (2)
La lluvia era recuerdo, pero comenzó nuevamente a caer. Y en palabras de otro grande de la literatura, aunque un poco más zurdo, Gabriel García Márquez, cuando relataba el tiempo de Isabel, mirando la lluvia, sentada "a esperar que escampe" (3), la patria espera, sentada, a que sus hijos la integren, la hagan crecer y la desarrollen. Y en mis ojos no ha parado de llover...
(1) y (2) Jorge Luis Borges en "Funes, el memorioso", 1949, del libro Ficciones
(3) Gabriel García Márquez, "Isabel viendo llover en Macondo" www.libros.Tauro.com.ar