EDITORIAL | Autor: Andrés Maslyk | 28-05-2020
Cabina sanitizante
La nueva
Cuando la suerte parece esquiva aparece otra posibilidad. Hoy la lucha contra la pandemia suma un soldado de este lado. Se llama cabina sanitizante y desconocemos que logro puede llegar a aportar. Mientras que un grupo de especialistas advierten sobre el riesgo para la salud y recomiendan no rociar con productos quÃmicos a personas ni hacerlas atravesar túneles de desinfección, los gobiernos comienzan a utilizar estos artefactos de forma polÃtica. Ahora surge la duda ¿Tienen polÃtica los artefactos?. Esta pregunta ya se la hizo Langdon Winner en 1983, quien afirmaba que de las controversias acerca de la tecnologÃa y la sociedad, no hay ninguna idea que sea más provocativa que la noción de que los artefactos técnicos tienen cualidades polÃticas. Hoy, frente al túnel sanitizante para automóviles retomamos la retórica.
Desde COdeINEP, grupo asesor en control de infecciones y epidemiología, aseguran que si bien existen productos utilizados por este tipo de mecanismos que están inscriptos ante ANMAT (las cabinas sanitizantes y los túneles de desinfección), no se cuenta con evidencia científica que demuestre su eficacia y seguridad en la aplicación sobre personas con el fin de descontaminar para COVID-19.
El Gobierno de Neuquén publicó un documento llamado "Recomendación de No utilización de cabinas sanitizantes o túneles de desinfección". Su título, en sí mismo, es una propuesta. Mar del Plata ha sumado, en la entrada por la ruta 2, un dispositivo de este tipo para desinfectar autos. Mucho para perder, nada asegurado para ganar, sostienen desde la otra vereda. Los precios de mercado de estos artefactos oscilan entre 35.000 y 150.000 pesos, según la complejidad (unos 1200 dólares aproximadamente). El costo de los productos que se rocían es variable.
Retomando a Langdon Winner, "la creencia en que algunas tecnologías están por su propia naturaleza cargadas políticamente de un modo muy específico" nos lleva a pensar que existe una idea política detrás de una decisión, cuanto menos, dudosa. De acuerdo con esta perspectiva, la adopción de un determinado sistema tecnológico implica de forma inevitable una serie de condiciones referentes a las relaciones humanas con un tono político característico. Gobernar es, entre otras cosas, hacerse cargo de decisiones no sencillas, la mayoría de las veces.
Entonces, como corolario, una cabina con nada para ganar, mucho para objetar y poco rédito político no parece ser una buena maniobra política. Mientras que el determinismo tecnológico tradicional asocia la tecnología a la neutralidad, considerando que un artefacto técnico no es más que un conjunto de elementos materiales con una estructura orientada a cumplir una determinada función, hoy sabemos que las tecnologías son, en realidad, maneras de ordenar nuestro mundo. Es decir, muchas invenciones que forman parte de nuestra vida cotidiana comportan la posibilidad de ordenar la actividad humana de diferentes maneras. Conscientemente o no, las sociedades escogen estructuras para las tecnologías que influyen sobre cómo van a trabajar las personas, cómo se comunican y cómo consumen. En este caso, como se sanitizan (no sanatizan, eso es otra cosa).