EDITORIAL | Autor: Lic. José Luis Dranuta | 15-06-2020
Nada queda , nada queda, nada queda...
Un cambalache que de nada sirve
El legendario tema de Moris "De nada sirve" acaba de cumplir sus primeros cincuenta años de vida. Tema central de su álbum "Treinta minutos de vida", el track inicialmente no era más que otra canción compuesta por Mauricio Birabent; popularmente conocido como Moris, editado por el sello Mandioca en el año 1970 y producido por Jorge Álvarez y Pedro Pujó. La rispidez de la letra y su actualidad podrían compararla con aquel legendario tango "Cambalache", de Discépolo, sólo que escrito unos cuantos años después. Lo cierto es que si el mundo fue y será una porquería, de nada sirve escaparse de uno mismo. En todo caso el Covid-19 nos ha igualado la segunda mano, después de tener parda la primera. Ahora nos queda muy poca cosa y la pandemia canta truco y es mano. Políticos, infectólogos y rockstars están mezclados con Estravisky, Don Bosco y La Mignón. ¿De qué sirven las heladeras, los lavarropas y televisores, coches nuevos y relaciones? Cualquier instante puede ser el último de nuestras vidas, pidiendo aire o esperando la vacuna mundial que no va a llegar, al menos por un tiempo.
La historia suele tener su giros romáticos. En aquel De nada sirve, según reportes especializados, Moris se encontraba en los estudios TNT junto a la banda Los Gatos y de pronto a este se le dio por improvisar una series de versos con una guitarra de doce cuerdas que le pertenecía a su amigo Litto Nebbia. Todos los presentes se quedaron conmovidos y boquiabiertos frente a tamaño despliegue de la letra y puesta en escena. Fue tal asombro de sus compañeros, que el dueño del estudio terminó dándole la cinta con la grabación al cantautor, que más tarde la incluiría en su disco Treinta Minutos de Vida de 1970. Al principio la composición duraba tan solo un par de minutos, pero Moris solía improvisar sobre la parte central. La canción dura ocho minutos.
Treinta y seis años antes, otro desaguisado, catapultó hacia la inmortalidad al máximo ícono musical de la protesta tanguera: el tango Cambalache. La idea original era que el público lo conociera con el estreno de El alma del bandoneón , la película para la que había sido compuesto y que se proyectó en febrero de 1935. Pero Luis César Amadori, quien conocía a Enrique Santos Discépolo, decidió otra cosa: llevárselo a Sofía Bozán para que lo cantara por primera vez en el Teatro Maipo. Cuando Angel Mentasti (productor de la película) se enteró, corrió indignado hacia la calle Esmeralda para frenar aquello. Amadori lo paró casi en la puerta y fueron a debatir el tema a la Confitería Richmond que estaba casi frente al teatro. Y mientras discutían, sobre el escenario “La Negra” Bozán estrenaba aquel tango de Discépolo. Ocurrió a fines de 1934, la revista se titulaba “Esmeralda al 400” y el tango era Cambalache .
Caprichos del destino, tal vez sí o tal vez no; pero cincuenta años después de la obra semi casual de Moris y ochenta y seis que han pasado desde aquel episodio de la Confitería Richmond, alguien en un No Bar (desde la cuarentena eterna decretada por el gobierno en razón de esta pandemia sólo permite comprar en locales gastronómicos para llevar y no se puede consumir dentro de ellos) se podría sentar a escribir un tercer poema, tal vez con versos que dijeran "nada queda, igual que en la vidriera irrespetuosa, donde de nada sirve escaparse de uno mismo".