EDITORIAL | Autor: Redacción | 11-09-2013
Al maestro con cariño
Para todos y para todas
Este 11 de septiembre nos pesca, valga el concepto, con el mar un tanto revuelto. Todos sabemos que los docentes de nuestro país, eternos trabajadores silenciosos, fueron objeto de las más variadas críticas. Al mito de “laburan cuatro horas y tienen noventa días de vacaciones” se les suman otros que a diario fueron minando el lugar de profesionales que tienen y deben ocupar en la sociedad.
Hombres y mujeres que trabajan por espacio de 30 años, en condiciones laborales deplorables, como en las que están más del 70 % de los establecimiento educativos, y ganan sueldos similares a la línea de pobreza, para el 85 % de las provincias de nuestro país, no pueden menos que expresar su desazón con la parte de la sociedad que los condena: todos en este país fuimos a una escuela; o la inmensa mayoría. Todos recordamos un maestro.
No es necesario hoy traer a estas líneas a la “señorita Rosa”, maestra de campo de una escuela rural de La Pampa. Y no porque no se lo merezca; sino porque acá no más, cerquita, tenemos ejemplos cotidianos de gente que deja y dejó la piel por intentar educar a la sociedad. Se me vienen a la memoria casos de profesionales que, teniendo todo para ganar más dinero, le dieron sus horas al sistema, como aporte silencioso a esta noble causa sarmientina común. Pienso en directivos y docentes que ya no están en el sistema, que gozan de su jubilación, y que se plantearon los porqué de ese fuego sagrado antes, durante y después.
Si alguien, en definitiva, abrazó la docencia y fue infeliz durante su desarrollo de la actividad, debería plantearse si alguna vez fue alcanzado por el fuego sagrado, por ese dicho que nos mantiene con el alma activa: “todo trabajo tiene en sí su maravillosa recompensa”.
Doscientos años después del hito fundador de nuestra Nación seguimos en deuda con la sociedad, porque la educación que tenemos evidentemente no alcanza, y con los docentes, porque las condiciones laborales y el sueldo tampoco. Pero “la nave va” y seguimos en esa lucha de hacer que lo cotidiano sea distinto, y mejor.