EDITORIAL | Autor: Lic. José Luis Dranuta | 13-12-2013
No está bien, ni está mal
El emoticón tiene esas cosas
Los estados binarios siempre remiten a situaciones ideales, hasta lúdicas. Las decisiones en la vida obedecen a motivos más prosaicos. Por supuesto que uno decide en última instancia por sà o por no pero para llegar a ellos hay un largo camino que recorrer, en general no muy bien asfaltado y con baches. Si extrapolamos este razonamiento al gobierno es fácil entender que nuestros dirigentes no la tienen sencilla. Que un menor sea saqueador y que al ser aprehendido no le quepa ninguna condena tiene una lógica desde lo racional, pero es inexplicable desde lo emocional.
Las injusticias lastiman mucho más cuando uno las ve de cerca. Si al vecino que vive contiguo a mi casa uno lo ve disfrutar de la vida usufructuando planes sociales mal habidos y yo tengo que trabajar doce horas diarias para ganar lo mismo, seguramente me indignará mucho más que si Amado Boudou viaja todos los fines de semana a Punta del Este en jet privado. El razonamiento es sencillo: a mi vecino lo veo todos los días y de Amado sólo tengo la referencia, o la foto de la revista Caras.
El imaginario de nuestra cultura grupal proyecta permanentemente pensamientos de corrupción en los gobernantes. Es sencillo decir el intendente “P” es chorro o el gobernador “D” regenteaba la droga. Eso queda instalado en la opinión y es muy difícil quitarlo del medio. Lo cierto es que más allá de “P” y “D” el aparato municipal y provincial abunda en escenas diarias de corrupción: empleados de mucha menos jerarquía se roban a diario el sueldo por no concurrir, ir tarde o simplemente no hacer su trabajo. Esa corrupción se ve, se palpa, es inmediata e indigna mucho, diríamos muchísimo más, que la primera.
No todos podemos llegar de mostrar que “P” roba pero una gran mayoría de nosotros podemos comprobar, denunciar y hasta no cometer hechos de corrupción sencillos. Podemos, por ejemplo, cumplir nuestro horario y hacer nuestra tarea cabalmente si somos empleados públicos. Podemos exigir que la educación que recibimos sea de calidad, que nuestros policías hagan su trabajo y no estén todo el día enviando SMS con la vista puesta en la nada. Podemos pedir que las personas destinadas a barrer los cordones lo hagan a diario, porque cobran a diario por ello. En síntesis, combatir la corrupción cercana para evitar aquella que nos queda tan lejos.
Como el emoticón, aquel código que refleja cuando reímos, cuando estamos guiñando un ojo o frunciendo el ceño podemos tal vez inventar un nuevo código donde podamos expresar que estamos en paz, o que la zona es libre de corrupción