EDITORIAL | Autor: Lic. José Luis Dranuta | 18-05-2014
LÃos del Mundial
Dilma no da pie con bola
A escasos 25 dÃas del inicio del Mundial, Brasil enfrenta una lluvia de protestas que el gobierno espera disminuyan conforme se acerca la fecha, aunque ya prepara las fuerzas del orden para que nadie arruine la fiesta. El último de los enfrentamientos ocurrió la noche del viernes en Sao Paulo, sede de la inauguración del Mundial, cerca del aeropuerto internacional de Guarulhos. La FIFA, mientras, mira para el costado.
Unas 50 personas reclamaban mejoras en las vías de acceso a su barrio y, según policía, un grupo de estas saqueó una tienda de fuegos artificiales y empezó a lanzarlos contra la tropa.
Varios vehículos fueron destrozados y la policía los dispersó con bombas lacrimógenas y balas de goma.
Un día antes, unas 10.000 personas marcharon en varias ciudades de Brasil en manifestaciones por mejoras salariales y descontento por los altos gastos del Mundial, entre otros reclamos.
Si bien esta cantidad dista mucho del millón de personas que salió a las calles en junio de 2013 durante la Copa Confederaciones en demanda por mejoras en salud, educación y transporte, muchas de las protestas suelen terminar en violencia y destrozos.
Incluso un sector de la policía militar (a cargo de la seguridad ciudadana) del estado de Recife, otra sede mundialista, se declaró en huelga la última semana, pero tuvo que suspenderla debido a saqueos a supermercados en la ciudad.
En tanto, la justicia impidió a la Policía Federal -que vela por la seguridad territorial y migraciones- declararse en huelga en demanda de una reestructuración de la institución.
Grupos de profesores en Rio de Janeiro y en Sao Paulo también protestaron o se declararon en huelga, mientras que conductores de buses en Rio pararon en más de dos ocasiones, generando caos en el transporte de la “Cidade Maravilhosa”, sede de la clausura de la Copa.
Así las cosas, nadie rebaje a lágrima o reproche lo que es una clara advertencia. Países como Brasil, e incluso Argentina, de ninguna manera están preparados para organizar semejante compromiso mundial, más allá de que económicamente pudieran sostener el esfuerzo. Lo que todos esperamos sea una fiesta tiene la connotación de drama para buena parte de la gente que entienda, a estas alturas del siglo XXI, que mientras unos se divierten otros pagan los gastos.