EDITORIAL | Autor: Lic. José Luis Dranuta / Análisis de nota de Federico Vázquez | 10-12-2014
31 años después
Democracia
AlfonsÃn asumÃa como presidente de una convulsionada Nación, que venÃa de la dictadura militar más sangrienta de su historia, que se habÃa gestado en el seno de gran parte de la sociedad que pedÃa a gritos terminar con el desgobierno violento de la viuda de Perón, Isabel MartÃnez, y los farsantes que tenÃa a su alrededor, entre ellos, el ya fugado López Rega. Un paÃs que cultivaba la violencia como estilo de vida, sumado a la desaparición y eliminación de personas por organizaciones paramilitares y el terrorismo de estado habÃan convertido a la Argentina, en un paÃs maltrecho, que querÃa abrir los ojos a la democracia, allá por 1983.
El 10 de ciciembre de 1983 Raúl Alfonsín asumía como presidente de la nación de un país que empezaba a salir de a poco y como podía de los años terribles de la dictadura. Un radicalismo robusto y montado sobre una épica republicana y civilista había vencido a un peronismo que no había sabido sintonizar las demandas nuevas de una época nueva. 1983, crónica de una época en que con la democracia todo parecía posible.
La mañana del sábado 10 de diciembre de 1983, cientos de miles de personas inundaron las calles de Buenos Aires; la temperatura primaveral acompañaba el clima de entusiasmo de la multitud. Hasta una figura tan alejada de las manifestaciones populares como Jorge Luis Borges había abandonado días atrás su escepticismo sobre la democracia, ese “abuso de la estadística”, para declararse esperanzado por el “renacimiento” del país, hasta el punto de gritar un espontáneo “¡Viva la Patria!”, en un encuentro de personalidades de la cultura con el nuevo presidente, Raúl Alfonsín.
Jubilosos manifestantes acompañaron al presidente electo hasta el Congreso de la Nación, donde prestó juramento ante la Asamblea Legislativa y presentó las líneas generales de su futuro gobierno. Desde allí se dirigió a la Casa Rosada para el traspaso de mando, para luego pronunciar un breve y vibrante discurso desde los balcones del Cabildo, ante una Plaza de Mayo en la que militantes radicales, ataviados con sus clásicas boinas blancas, se mezclaban con columnas de la Juventud Peronista, del Partido Intransigente y del Partido Obrero. También, por supuesto, las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, que por aquel entonces no eran lo que son ahora. En la plaza se cantó “el pueblo, unido, jamás será vencido”, y Alfonsín recogió la consigna al vuelo.
El triunfo de Alfonsín fue parte de este nuevo clima. Su discurso en el Cabildo terminó, como ya era habitual, con la invocación del preámbulo de la Constitución Nacional: parecía que era suficiente con cumplir con la ley y lograr “un gobierno decente”; la democracia se encargaría de alimentar, educar y curar. En el Congreso, lejos de considerar a la violencia como síntoma de una sociedad injusta, como hiciera Cámpora en 1973, rechazó tanto al “terrorismo subversivo” como a la “represión indiscriminada”. A esa ciudadanía ajena a las “élites de derecha o de izquierda”, a los “iluminados”, Alfonsín les venía a prometer la épica de la democracia, “un sistema previsible”. No parecía poco, en un contexto donde llevar a la Justicia a los responsables del terrorismo de Estado parecía una quimera.
Más tarde se mostrarían los límites que encerraban la epopeya civilista de Alfonsín. Más tarde vendrían otoños de renuncias y retrocesos, de obediencias debidas y descalabros económicos. Pero entonces era primavera, y el sol brillaba en la Plaza. Todo parecía posible. 31 años después, un par de generaciones frustradas y una clase media sensiblemente empobrecida, vemos como se ha empoderado al pueblo con el voto, pero a la vez se lo ha hecho cliente y rehén. La excusa perfecta de los políticos reza lo siguiente "la peor democracia es mejor que la mejor dictadura". Es posible que hasta tengan razón, pero en esto del juego de los extremos los argentinos estamos acostumbrados a torear al destino.
La caquistocracia, es lo que vivimos. Muchas personas no saben que todo el deterioro moral, cívico y social se debe a que en los países (y el nuestro no es la excepción) gobierna la CAQUISTOCRACIA (gobierno de los peores). La brutal decadencia ocurre debido a que en los países poderosos existe un fuerte control a las fugas de capitales, ya sea por compra de armas del terrorismo, ya sea por los evasores de impuestos, por los falsificadores piratas o por las drogas; se volvió muy difícil esconder dineros negros.
Los evasores de impuestos antes solamente guardaban sus dineros sucios en Suiza, pero luego llegó algún tipo de control que muchos se vieron forzados a buscar alternativas tales como Uruguay y otros países Latinos o ciertas islas que luego llamaron paraísos fiscales. Hoy el control es casi absoluto, solamente en bolsas de valores -dicen- se puede todavía esconder algo. Viéndose atrapado en serias dificultades para el lavado de dinero el capitalismo salvaje optó por mostrar sus garras. Cuando los políticos de esta generación nuestra, de un país emergente como Argentina, se mezclan con esos magnates, el resultado es fatal. Desde el menemismo a la fecha, sea cual fuese el signo político, hemos asistido a este desastre institucional.
La educación, tal vez, sea la llave. Alfonsín, hace 31 años, decía que con la democracia se comía, curaba y se educaba. Hoy, tal vez tengamos que ser nosotros los que recojamos aquel guante y comencemos a educar, en serio, al soberano ¡Salud!