EDITORIAL | Autor: Lic. José Luis Dranuta | 21-05-2015
Recuerdos del futuro
El espejo atemporal
Por estos dÃas, la presidenta de Chile, Michelle Bachelet, realizó un cambio de gabinete profundo, donde entre otros, cambió al ministro de Hacienda y al de Interior. Por debajo de estos cambios y de algunas denuncias de corrupción, lo que está en debate en Chile son las reformas tributaria, educativa, laboral y constitucional. ¿ Es esto un avance o retroceso?
Se dice que hay una forma sencilla y casi sin posibilidad de error a la hora de entender a quien sirven determinados cambios: ver qué grupos apoyan y qué grupos critican, quienes se envalentonan con los nuevos aires y quienes aparecen cabizbajos y taciturnos.
Si esto es así, en los últimos días, en Chile han ganado los sectores conservadores y empresariales y han mordido el polvo quienes de forma más decidida pretendían que este nuevo gobierno de Michelle Bachelet tuviera una impronta transformadora como no lo habían logrado las anteriores administraciones de centroizquierda.
Las palabras de los principales dirigentes de la oposición de derecha, así como los editoriales de El Mercurio y las declaraciones de las cámaras empresarias no dejan lugar a dudas: todos ellos festejan el retorno del “diálogo y consenso”, en un gobierno que es visto como demasiado “confrontativo”.
La crisis política terminó desatándose por algunos casos de corrupción entre los que se encontraba el hijo de la Presidenta (conocido como el “nueragate”, porque involucra a la mujer de éste), así como otros vinculados al financiamiento de los partidos a través de dibujos financieros realizados por empresas privadas.
Sin embargo, por estas horas, en Chile no se habla tanto de corrupción y políticas de transparencia como de las grandes reformas que viene impulsado Bachelet desde que asumió el 11 de marzo de 2014, hace apenas trece meses.
Fueron estas reformas, antes que cualquier otra cosa, lo que condujo a un estado de debate político e ideológico en la sociedad chilena desconocido en los últimos años. Muchos sectores poderosos comenzaron a sentir que tenían mucho para perder y poco para ganar con discusiones que dejaban a la intemperie una situación de privilegio evidente de la elite económica.
En un contexto de crecimiento modesto -como es común a todas las economías de la región-, el gobierno de Bachelet buscó modificar algunos de los aspectos más regresivos del sistema tributario para, entre otras cosas, poder financiar la ansiada reforma educativa que desde 2011 vienen pidiendo los estudiantes en las calles.
Bachelet también había logrado avanzar, aunque tibiamente, con cambios en la educación. En enero de este año, el Congreso aprobó la Ley de Inclusión Educativa, que entre otras cosas impide el cobro de matrículas en colegios públicos o con subvención estatal, así como la prohibición de que los colegios rechacen alumnos por su condición social, religiosa o de nivel educativo. También termina con la posibilidad de que los dueños de centros educativos privados retiren ganancias como si se tratara de una empresa cualquiera. De existir un excedente, deberán reinvertirlo en la misma escuela.
FInalmente, hacía dos semanas, la propia Presidenta había anunciado que, para el mes de septiembre comenzaría a discutirse una reforma constitucional, sin todavía definirse si se trataría de un cambio realizado por el Congreso o mediante una convocatoria a una Asamblea Constituyente.
Esta película de los cambios que viene intentando construir este segundo mandato de Bachelet explican mejor el nivel inédito de conflicto que vive la sociedad chilena, así como el desenlace crítico que tuvo su plantel ministerial. Claro que los chilenos saben agarrarse a piñas sin nuestro permiso, entre ellos. Basta con ver cada 11 de septiembre el tendal de muertos y heridos que quedan por las calles de Santiago.
Como sea, nuestro país podría ser un espejo que atrasa o adelanta, según el caso, con el país hermano. Cada reforma, cada propuesta, cada acto de corrupción del gobierno, son capitalizados por propioes y extraños como un acto de campaña. Así las cosas, quién te dice, si gana Macri y se da el fenómeno Pineda, Cristina vuelva con su troupe dentro de cuatro años y, tan solo seis meses después, tenga que comenzar a rajar gente de su entorno. En todo caso, esta crónica del espejo atemporal, podría ser más que premonitoria.