EDITORIAL | Autor: Lic. José Luis Dranuta | 26-04-2013
El atroz encanto de ser Lorenzino
Una historia posible
Todos soñamos alguna vez con ser Directores Técnicos de la Selección Argentina. También soñamos con ser, aunque sea por cinco minutos, Ministro de Economía. Lorenzino cumplió uno de los dos sueños. Aún le queda seguramente el otro. Lorenzino director técnico respondería ante una pregunta como la siguiente: ¿por qué marca en el fondo con 3 hombres? Algo más o menos así: “ bueno, o sea, marcamos porque tenemos que hacerlo, en realidad tenemos un manual que nos dice que tenemos que marcar, o no, este, bueno, no siempre es línea de tres, creo…”. Luego, en la pausa le reprocharía al periodista -¿cómo me hacés semejante pregunta?-
Si de cualidades se trata, Hernán es el campeón del escaqueo. Los españoles le dicen escaquearse, en algo parecido a lo que sería un lenguaje coloquial, a lo que aquí podríamos llamar “ hacerse el sota”. Lo que ocurre es que por lo general a los ministros se les da empleo para que trabajen en áreas específicas y comuniquen sus acciones. El hábito centenario y la gimnasia política los ha transformado, con el tiempo, en fusibles de la cabeza de gobierno, ya sea primer ministro o presidente. Una crisis determinada los hace saltar por el aire, se los sustituye por otro y así el baile sigue al compás de la música, hasta que otra detención haga que todos corran a asegurar su silla. Por lo general hay más bailarines que sillas así que siempre alguno se queda afuera. Hernán no sabe mucho de esto. En realidad, creo, no sabe mucho de nada.
Mañana o pasado su cabeza va a rodar, sin dudas, para honrar esa costumbre de comer carne humana que hemos adquirido. Si algo hemos de agradecerle al fallecido ex presidente Néstor Kirchner, fue el hecho de quitarle el rol protagónico de Hollywood stars que tenían antes nuestros Ministros de Economía. Néstor era en sí mismo presidente y ministro de economía, rebajando al ministro al rol de un mero secretario. Claro, Cristina no es Néstor, eso ya lo sabemos. Y Lorenzino no es Cavallo, ni Lavagna. Ni siquiera Lousteau.
No imagino a Menotti, Bilardo, Basile, ni mucho menos Sabella diciendo “me quiero ir” cuando lo apretara un sagaz periodista deportivo de La Gazzeta dello sport, o del Tanea, suplemento deportivo griego. Aunque en realidad, el atroz encanto de ser argentino, estriba en que aquí, todo es posible.