EDITORIAL | Autor: Lic. José Luis Dranuta | 15-09-2015
Los supertenedores y los tenedores supervacÃos
La inequidad en el reparto de los alimentos
En un mundo hiperconectado, ¿cómo admitir que un tercio de la comida se desperdicie? En nuestro paÃs distintas organizaciones luchan por un mundo que brinde igualdad de oportunidades, sobre todo a los más vulnerables. Los niños, en su primera etapa, son el objeto de la Fundación CONIN. Le hacen frente al despilfarro de alimentos con soluciones creativas y colaborativas, que le sacan el jugo a los recursos existentes. Mientras la gran mayorÃa miramos a cualquier lado, personas como nosotros se preocupan y ocupan de combatir este flagelo.
Imaginate una parrilla con tres costillares, o tres tortas de chocolate, o tres fuentes de ensalada de frutas. Y ahora imaginate tirar uno de cada serie a la basura. Sin piedad: un costillar, una torta, una fuente de ensalada de frutas.
¿Dolió? No es un solo un juego retorcido. Es la realidad: un tercio de los alimentos que se producen en el mundo se desperdician. Lo dice la Organización para la Alimentación y la Agricultura de las Naciones Unidas (FAO, por su sigla en inglés). Cada año, 1300 millones de toneladas de comida se pierden antes de consumirse, en algún punto de la cadena de producción y distribución. Muchísimo más que un costillar o una torta.
El país que más desperdicia es Estados Unidos, con unos 115 kilos de comida por año por habitante (¡más de tres kilos por persona por día!). La región donde más se cuida el alimento es el sudeste asiático; se pierden unos 11 kilos. En Argentina estamos en el medio: desperdiciamos 38 kilos de comida por persona por año, el 12,5% de lo que se produce. En la ciudad de Buenos Aires, se calcula que tiramos 670 toneladas de comida por día. Demasiado.
En un mundo geolocalizado donde a cada vez más cosas se les cuelga el rótulo de “inteligentes”, este desperdicio de comida es un insulto a la humanidad. El hambre ya no es un problema de escasez de alimentos, sino de mala distribución. Y ya sabemos que la inteligencia humana reconoce límites, pero la estupidez, lamentablemente, no.