EDITORIAL | Autor: redacción | 15-02-2016
La lucha, tu vida y tu elemento
Sarmiento en su aniversario
Como escribe en ocasión de conmemorarse el natalicio de Sarmiento Miguel Ángel de Marco, en los últimos tiempos, la figura de este hombre, que en su actuación pública estuvo ligado a todas las iniciativas útiles para el país, fue inexplicablemente desdeñada y atacada desde las más altas esferas del Estado. Le toca hoy, tal vez, una justa reinvindicación.
Polifacético y genial, incomprendido en su tiempo y aún en el nuestro, nadie podrá negar con fundamento que su vida y su obra constituyen hitos esenciales para la Argentina. Fuerza incontenible y arrolladora, marcó profundamente la historia de su Patria. No hubo ámbito en el que dejase de actuar u opinar con plena convicción, llevado por una inextinguible vocación de servicio y una curiosidad que horadaba todos los terrenos. Teórico político y fabricante de cestos de mimbre; periodista insomne y divertido observador de los adelantos tecnológicos que descubría en Europa y los Estados Unidos e importaba con fe visionaria a su tierra; prosista formidable y poeta por las imágenes y la música interna de muchos de sus textos, más allá del descorazonador juicio sobre sus dotes de versificador que le prodigó en su juventud Juan Bautista Alberdi, Sarmiento fue quizá el menos convencional de sus contemporáneos.
En una época en que se cuidaban solemnemente las formas, don Domingo solía dejarlas con frecuencia de lado. Tan pronto le asestaba un bastonazo en plena calle a un adversario como se quitaba los botines en plena Convención Nacional de 1860 –pues eran ajustados y le ocasionaban un verdadero suplicio- y apoyaba los pies sobre el asiento de otro diputado. Tan pronto ascendía, anciano y enfermo, hasta la torre del hospicio de dementes de Montevideo, y le decía a la religiosa que lo acompañaba que, como tenía fama de loco, "convenía no exponerse a que lo dejasen adentro", como nadaba vigorosamente en la playa de Pocitos.
Tan pronto corría alrededor de la mesa para echar de su despacho a un joven empleado que le confesaba sus simpatías hacia la entonces opositora La Nación, como escuchaba sonriente la respuesta de un jefe indio frente a una situación insólita. Recuerda Ricardo Rojas que Sarmiento recibió a una delegación de la pampa en su sede del antiguo Fuerte, y de inmediato mandó abrir la ventana. El cacique se inclinó hacia el intérprete y éste le expresó al primer mandatario: "Pregunta por qué se han abierto las ventanas". "Dígale –replicó el Presidente- que los indios tienen un olor a potro insoportable para los cristianos". El "lenguaraz" transmitió esas palabras, escuchó al jefe indio y le replicó de su parte al sanjuanino: "Los cristianos huelen a vaca y también es desagradable para los indios".
Como sea, vale la pena reflejarnos en el espejo de ese pasado y proyectarnos a nuestro futuro.