EDITORIAL | Autor: Lic. José Luis Dranuta | 30-11-2016
Y de pronto se apagó la luz
Más allá del túnel
Un instante, la última gota de combustible que se consumió y dejó secas a las mangueras de los cuatro motores, que no quisieron más. Lo que sigue es una secuencia de actos mecánicos, rudimentarios y un impacto que derivó en la muerte colectiva de más de setenta personas. Y la vida de los que no murieron pero que nunca más volverán a vivir. Y los que no subieron al avión porque el destino tiene esas cosas. Porque Dios juega a los dados también y al Chapecoense le tocó "barraca".
Así las cosas. Intentar darle un sentido al avión que era de una compañía aérea más trucha que las low cost europeas, de origen venezolano pero radicada en Bolivia, que ponía un avión sin autonomía, capaz de volar más allá de lo debido sólo por facturar la changa, es como intentar explicar en el epílogo de la vida de 76 personas ¿qué hay más allá de la luz al final del túnel que se visibilizaba? El piloto que mandó un mensaje premonitorio de un llamado de Dios y la gente destrozada en el suelo, tomada en imágemes impúdicas llamadas primicia.
La condición humana se acerca al estiercol, cada vez más. Vivimos y regurgitamos la porquería que nos alimenta. Nos nutrimos de la mierda del universo, de lo peor de lo peor. Cuando nada de esto debía ocurrir, un río infinito de tinta se escribe sobre otro imaginario de sangre.
Mientras la batería de mi ordenador me avisa que resta sólo un diez por ciento de la carga, y estas líneas amenazan con perderse en el mismo limbo al que fueron a parar los jugadores del Chapecoense del Brasil, junto con los pilotos, los periodistas, auxiliares y algunos parientes, creo que ha llegado el momento de decir lo mismo de siempre, pero distino. La perinola de Dios y su "Toma Todo" en el fecal órden universal que se me antoja inexplicable, me dice que todo se termina en cualquier instante.